lunes, 14 de septiembre de 2015


 

ATTK edita “En la Ciudad sin puertas”,
una historia de amistad
 
entre María Dolores de La Fe y Teresa Iturriaga Osa 
 
 
EN LA CIUDAD SIN PUERTAS
 
Colección de relatos
 
 
El nuevo libro de ATTK Editores reúne relatos sobre Las Palmas de Gran Canaria escritos hace unos años por María Dolores de La Fe y Teresa Iturriaga Osa. Cuenta con un prólogo excepcional del escritor J. J. Armas Marcelo: "Ahora, este libro que prologo, este libro de cuentos de María Dolores de la Fe y Teresa Iturriaga me acercan al amor en su lectura. Me congratulan con la ciudad en la que nací, iluminada e imaginada por esas dos grandes señoras de la escritura literaria. Las dos fueron amigas hasta el final, hasta la muerte de María Dolores de la Fe, e incluso después continúan siéndolo a través del recuerdo y de este libro de relatos que tanto me ilusiona prologar".

 
 
 
 
 
 
 
Tengo la inmensa alegría de anunciar la publicación del ebook "En la ciudad sin puertas" en ATTK Editores. Un libro de relatos que escribí hace unos años con María Dolores de la Fe y, sin embargo, no ha podido ver la luz hasta hoy. Nos cerraron muchas puertas al presentarlo en diferentes instituciones a las que acudimos con la única intención de regalarlo, pero no tuvimos éxito, aunque nunca desistimos a pesar de los obstáculos. Por eso, quiero agradecer el esfuerzo y la generosidad de las personas que han contribuido al nacimiento del libro.

En primer lugar, a toda la familia de Lola de la Fe, por depositar su confianza en mí para llevar a cabo este proyecto tras su fallecimiento.

A Guadalupe Martín Santana, editora de ATTK, por su exquisita sensibilidad y profesionalidad a la hora de abordar todas las partes del proyecto.

A J. J. Armas Marcelo, que ha escrito el prólogo con la brillantez característica de su pluma literaria. Paso a paso, nos revela el auténtico sentido de la obra con palabras dedicadas desde la maestría y la amistad más sincera. Un escritor de verdad.

A Augusto Vives, por su obra de portada, reflejo visionario de esa ciudad sin puertas que llora su lluvia de anhelos.

 

Brindo por la memoria de Lola de la Fe y les invito a nuestro sueño. Gracias.
 
Teresa Iturriaga Osa
Escritora y traductora

***

 
 
Foto / Los escritores Juan Jesús Armas Marcelo,
Emilio González Déniz y Teresa Iturriaga Osa
en la Playa de las Canteras, junio 2016.


PRÓLOGO DE J. J. ARMAS MARCELO


        Un día cualquiera, a María Dolores de la Fe se le ocurrió una idea más que genial. Era una ocurrencia escandalosa. Ella sabía que nadie se la iba a tomar en serio, pero también sabía que todo el mundo iba a leer esa idea y que la gente comentaría lo que ella había pensado. Y había pensado nada más y nada menos que Cristóbal Colón había sido una mujer. Una mujer en la cúspide del mundo. Una mujer entera que se había escondido bajo el ropaje de un aventurero que conocía por intuición como la palma de su mano el mapa entero del mundo. Sólo que al revés: viajó con muchos hombres, igual de aventureros que ella, al fin del universo planetario, a descubrir nuevas tierras que estaban al otro lado de su rumbo. Bajo el nombre de Cristóbal, en español, en italiano, en catalán o en portugués, aquella mujer inventada por la escritora isleña hizo fortuna en la Historia. Tanta como su ocurrencia en la vida de la gente.

        María Dolores de la Fe no era sólo una mujer divertida, ocurrente, simpática y amable. Tenía un concepto de la vida lleno de sugerencias, escribía en los diarios de su tierra y siempre tenía un elemento de optimismo que muchos interpretaban como una frivolidad, una superficial frivolidad. Estaban equivocados. Lo suyo era humor. No humor sarcástico, no humor de combate, de vanguardia, sino humor directo, sin chiste, pero con una fina ironía propia de una escritora francesa de entreguerras. Estoy seguro que, de haber nacido y vivido en París, María Dolores de la Fe hubiera sido una gran escritora francesa. Pero nació en un mundo insular que marginaba a los escritores de entonces, cuanto más a una escritora como ella que, sin embargo, no tuvo nunca en cuenta los desvaríos y desdenes de su propia gente. Más bien, y siempre lo pensé, no sólo ahora, los perdonaba. Porque había en ella una fuerza humana descomunal que repartía a todas horas sin esperar cobrar nada por ese regalo.

         Teresa Iturriaga: la conocí de lejos, en la presentación en Las Palmas de Gran Canaria de mi novela El Niño de Luto y el cocinero del Papa. Recuerdo que esa presentación fue un éxito, pero lo que me quedó hasta hoy, y creo que para siempre, fue la complicidad de aquella escritora que, al final del acto, se atrevió a pedirme una cita o algo así. Para hablar de un proyecto en el que usted está involucrado, me dijo. Y me llenó de curiosidad. Era escritora. Y traductora. Y muy preocupada -noté- por las cuestiones literarias. No había nacido en Las Palmas de Gran Canaria, pero vivía en la isla desde hacía bastantes años ya y estaba arraigada en un paisaje que a mí siempre me ha conmovido, hasta hacerlo objeto y título de una de las novelas que estoy escribiendo: la playa de las Canteras.

         Nos hicimos amigos. Hablamos. Conversamos. Discutimos a veces con pasión, siempre sobre cuestiones relevantes de la vida. Tiene una vitalidad asombrosa, que derrota a sus interlocutores por fuerza, razón y estilo. La misma fuerza, razón y estilo que poseen sus textos literarios, todos los que he leído, incluso los escritos a contracorriente. Es fundamentalmente poeta, aunque transita con frecuencia el cuento (que en ella no deja de ser un elemento literario verdaderamente poético), y tiene un problema grande: inyecta tanta pasión en su discurso oral como en el escrito. Han pasado ya unos años de nuestro primer encuentro, y de todos los demás está llena nuestra amistad, y la leo siempre con una curiosidad intelectual que va más allá del interés para anclarse en la lealtad amistosa, la que dice la verdad aunque no gusta, la que no miente nunca. Es, además, una de las mejores lectoras que conozco de mis textos, sobre todo mis artículos y novelas, y la quiero tanto que no puedo negarme nunca a sus ocurrencias. Cafés. Tragos. Conversación: lo paso en grande. Y aprendo.

         Ahora, este libro que prologo, este libro de cuentos de María Dolores de la Fe y Teresa Iturriaga me acercan al amor en su lectura. Me congratulan con la ciudad en la que nací, iluminada e imaginada por esas dos grandes señoras de la escritura literaria. Las dos fueron amigas hasta el final, hasta la muerte de María Dolores de la Fe, e incluso después continúan siéndolo a través del recuerdo y de este libro de relatos que tanto me ilusiona prologar. Cierto: María Dolores de la Fe, que murió con muchos años, conoce el territorio físico que acaricia con palabras de amor y de humor como si todavía estuviera pisando esa geografía casi siempre huidiza de la isla en la que vivió. Teresa Iturriaga asume su papel de advenediza, o eso creo, aunque sabe de memoria que la única patria posible es su propia memoria y la de los que la rodean con tanto amor. Las dos son atrevidas. Hablo del atrevimiento encendido del escritor, esa curiosidad que todo los husmea y a todo le saca segundas y terceras, esas músicas que sólo oyen los pocos y pocas que atienden a sus propios pasos y se quedan con el eco de sus pequeñas aventuras para esculpir después en palabras ordenadas su mundo literario, el mundo de estos cuentos en los que el lector puede descubrir tesoros escondidos sólo a la vista de los que leen con interés intelectual, interés cultural, por encima de protagonismos y de excesos sociales.

          No soy amigo de aplaudir los libros de mis amigos más cercanos, salvo que estudie en ellos esa música oculta que me descubre espejos sagrados que se dibujan para siempre en mi memoria. Estos relatos de la ciudad son luminosos, poéticos, a ratos humorísticos. No es que se dejen leer, sino que una vez dentro de cualquiera de ellos es obligatorio leer todos los demás. Teoría de conjunto: sospecho que el acuerdo para este proyecto que ahora ve la luz fue total, sin despachos ni empachos personales. Con la calma y la lealtad que producen la literatura de verdad y la verdadera amistad.

           Me cuentan, aunque yo no lo comparto, que no hay peor enemiga de una escritora, cualquiera que ella sea, que otra escritora. Y así sucesivamente. No me consta, aunque haya casos, raros pero casos, al fin y al cabo. El caso de María Dolores de la Fe y de Teresa Iturriaga no es único en el mundo, pero es uno de los mejores que conozco. Y conozco, a estas alturas de la vida y de mi mundo, bastantes casos de lealtad y efectividad.

           Vayamos al libro: cada cuento es un pequeño universo que relata, a veces con mucha poética interna, un sentimiento. No puedo decir, luego de leerlo dos veces y media, que uno sea mejor que otro. Todos me gustan, como si los hubiera escrito yo. Todos me emocionan. Son relatos que pertenecen al mundo de los afectos y en ese mundo, tan secreto a veces, sólo mandan las dos escritores consiguiendo un sincretismo pasmoso al final de la lectura.

            De modo que esta ciudad escrita es una ciudad de las dos, la arquitectura del relato, cualquiera de ellos, de una y de otra, está llena de guiños y respetos, llena de finura, de una elegancia poco común en mi mundo, el mundo de la literatura en el que me he movido a lo largo de toda mi vida. Ni la una ni la otra son escritoras académicas de las que aprender como si leyéramos un catecismo. Hablo de literatura y eso basta. Hablo de amor por la escritura literaria, que es el sustento mayor en el que se ajusta cada uno de los relatos, cuyo desarrollo y final son exactos, traídos a la escritura en el punto exacto. Personajes, intérpretes, figurantes: nada sobra. Tampoco ningún paisaje, ningún recuerdo, ningún detalle que aquí es detalle y no pincelada de tres al cuarto.

           Octavio Paz decía, a veces con la boca chica, que el género literario de la novela era para gente menor intelectualmente. Lo decía con sarcasmo: fue tan difícil para él que comenzó escribiendo una novela y terminó escribiendo uno de los más grandes ensayos del mundo hispánico: El laberinto de la soledad. Por el contrario, Hemingway, gran novelista, explicaba que la novela es una pelea que se gana por puntos, mientras el cuento es un género (otra pelea) que se gana por KO. Y él sabía mucho de boxeo y de relatos: escribió algunos de los mejores de la literatura universal. Hemingway, aquel gigante. Henry James decía que para ser escritor de novelas había que tener una voluntad férrea. Tengo para mí que, tal vez, todos tengan un poco de razón. En cuanto a la afirmación de Henry James, se la atribuyó a los verdaderos escritores: los que nunca salen de su territorio personal, de su escritura. Los que y las que nunca salen de la literatura, sino que se pasan toda la vida, con sus trabajos y sus días, obsesionadas por la escritura literaria. Y este es el sentido que quería a dar a mis palabras: estamos ante el libro conjunto y completo de dos escritoras de verdad; una, ya fallecida, se pasó la vida escribiendo y recordando. Algunos la dieron por simple costumbrista. Allá ellos; la otra cayó en las redes de esta manía asombrosa de la escritura literaria, se fabrica todos los días sus propios escenarios, escribe viaja, habla, asiste al mundo. Y saca consecuencias de todo en su literatura, en su vicio de escribir, como decía John Updike: que la literatura, para un escritor o escritora de verdad, es un vicio que no se quita nunca. Pasen y lean. Y seguramente me darán la razón. En todo o en casi todo de lo que acabo de escribir.

***
 

El libro puede conseguirse en formato digital en la plataforma Amazon
 
http://www.amazon.ca/EN-CIUDAD-SIN-PUERTAS-Spanish-ebook/dp/B015BA6X2C/ref=sr_1_fkmr0_1?s=books&ie=UTF8&qid=1442148290&sr=1-1-fkmr0&keywords=en+la+ciudad+sin+puertas+dolores+de+la+fe+y+teresa+iturriaga



http://worldwomenartists.blogspot.com.es/

 

viernes, 11 de septiembre de 2015


Odiseo a escena
 
Teresa Iturriaga Osa

 
 
Foto / Maite Del Río


 
        Quieta y soberana como una alhambra cansada,

veo pasar las horas frente a una loza de letras,

una copa me sirve tras el espejo un mar estéril de dichas,

        espías en corimbos apretados

traspasan los límites del azar.

        Fuera del agua, el cielo reluce

un alarde de erotismo

que no sobrevivirá ni a la risa de su esqueleto.

 

        Por eso, me paseo entre pupilas chinas.

Por eso, camino por el puente de bambú... y ahí me detengo.

        Veo que la erosión se ha comido las cuerdas.

Sin cintas bajo mis pies, solo el abismo.


        Voy buscando el sonido del Omphalos,

ritual y tatuaje sumergido

en una cruz de palabras

a un paso del albero, quiero, sueño,

        me bebo a sorbos los recuerdos,

deposito cicatrices en cascada con mi flaqueza hecha ceniza,

        se levantan remolinos, una química

que casi me estalla los órganos del ser.

 

        Pero he de esperar la hora vibrante

cuando se apagan las luces del teatro y,

        muy lentamente,

desciende la hora bruja a la arena del mundo.


        Entonces, la voz de la sibila toca al viejo Odiseo

y desvela milenramas ocultas en su tierra de párrafos.

La música sagrada de una nube de silencio cubre el lugar.

        Aparece la faz de un hombre vestido de selva,

cuerpo, voz y pies, herida puesta en escena,

dama, corona que pronuncia en voz alta.

        Y yo me inclino ante él desde mi ventana ajimezada,

distancia de la fiera que conoce su celo.



 
 
 


jueves, 3 de septiembre de 2015

 
“Mery Malde, la voz de un ruiseñor”
 
In memoriam


Teresa Iturriaga Osa 
 

 
 

 

        Recuerdo con cariño y admiración a Mery Malde. Conservo en mi memoria la entrevista que le hice en 2005 para el libro Mi playa de las Canteras en el salón de su casa junto a Tino Armas y el libro de poemas que me regaló al despedirse. Con las manos vacías, ilustrado por Felo Monzón en 1975. Una maravilla que traigo al presente porque debería ser rescatada del olvido y reeditada en homenaje a su voz.

         Uno a uno, sus poemas acarician imágenes de profundo lirismo con sus posibilidades, sus nudos emocionales, un fragor inconsciente que va pasando de una superficie a otra. De estímulo en estímulo, las percepciones sensoriales se despliegan en nosotros, sus lectores. El poema se hace verdadero cuando vibra en nosotros el misterio como las cuerdas de un violín en comunión musical con otros instrumentos. Y, ciertamente, la poeta Mery Malde consigue una sensación mágica de existencia compartida. Por eso, su escritura deshace entuertos y trasciende la realidad. Habla más allá de las palabras y queda inasible lo que no llegamos a comprender, a captar, a retener. En ella, hay sonidos de otras lenguas sutiles que se mueven en otra dimensión, como ondas que viajan a la velocidad de la luz; esa luz que ahora, liberada de su cuerpo mortal, ya transita.

         Escribo aquí sus emocionados versos:


LA HISTORIA

Un día tras la losa
que cubrirá mis restos,
paseante, quien fueses,
se detendrán tus pasos.
Entre curioso y triste
querrás leer la historia
romántica o perversa
en mi corto epitafio.
Deja correr tu mente...
Margarita o Teresa, a tu deseo,
pura y llena de místicos amores
o esclava de placeres del infierno.
¡Hazme la historia
que me negó la vida,
al morirse conmigo
mi secreto!

(Con las manos vacías, p. 53)


         Mi más sentido pésame a toda la familia. D.E.P.

 

 Ha fallecido la poeta y artista canaria
Mery Malde 
D.E.P.
In memoriam
 
Entrevista del libro Mi playa de las Canteras
por Teresa Iturriaga Osa
"A mí me inspiran las personas, la vida"
 
 

 
La poeta Mery Malde nació en El Refugio y pasó toda su niñez en Las Canteras. Actuó como primerísima vedette en los escenarios más importantes de Las Palmas de Gran Canaria a principios de los cincuenta, llenando con gran éxito el Teatro Pérez Galdós, el Teatro Cuyás y el Teatro de los Hermanos Millares, en el Puerto. En este último, quiso despedirse del mundo artístico con la revista “Bongó”, con el agradecimiento y el cariño que tuvo siempre al lugar donde había nacido. Entre los premios y reconocimientos que ha recibido, hay que destacar el “Premio Ondas 1979” y recordar que este máximo galardón de la radiodifusión española fue concedido por “unanimidad” al programa radiofónico nocturno “La Voz de los Poetas”, del que Mery Malde formaba parte activa. Alguien dijo de la poeta canaria que siempre que recita, parece que le canta a su Playa de las Canteras, pero yo la escucho ahora y su verso me sangra el alma, algo hay en su profundidad que sobrecoge y, sin embargo, me vacía de dudas. Aquí estoy, atenta, aprendiendo, en frente de esta mujer que es una roca de misterio, amor y fe.


T.- Mery, tú naciste en El Refugio, ¿podrías contarnos algunos recuerdos de tu infancia en Las Canteras?
M. M.- Sí, yo nací en el nº 12 de El Refugio, y siempre estuve en la playa. Una hermana mía en el cuadril y el otro de la mano. 
T.- ¿Haciendo de hermana mayor?
M. M.- Yo era los pies y las manos de mi madre. 
T.- ¿Eran muchos hermanos?
M. M.- Nosotros éramos cinco. Tres hembras y dos varones. Gracias a Dios, me vive uno. 
T.- ¿Y sabías nadar a esa edad?
M. M.- ¡Todo el mundo sabía nadar! 
T.- ¿También las niñas sabían nadar?
M. M.- ¡Por subsistencia! (nos reímos) Porque íbamos a la Peña, a la Peña del Pastel... íbamos a La Barra... pero como se lo dijeran a mi madre... mi madre levantaba por el remo, porque aquello no era una mano... mi madre tenía unas manos divinas, pero eran así... Mi padre jamás me puso la mano encima. Mi madre era mi padre y mi madre. Allí quien llevaba el peso de todo era mi madre. Ella era modista, yo vi siempre a mi madre trabajando en la casa. Tenía a los padres con ella, pero ella no decía nunca “tengo a mis padres conmigo”, sino “yo vivo con mis padres”, porque si se lo oye mi abuela, mi madre escupe los dientes.
T.- ¿Y te acuerdas de la Caseta de Galán?
M. M.- Sí.
T.- ¿Cómo era aquel ambiente? ¿Se reunían intelectuales? ¿Qué tipo de personas acudían allí? ¿Iban a pasar la tarde o sólo era los fines de semana?
M. M.- No. Venían los ingleses y se quedaban en la Caseta de Galán. Primero era una parte, no sé decirte exactamente, porque yo era muy pequeñita en ese tiempo, lo que pasa es que tengo una memoria increíble. 
T.- ¿Y a qué edad decides ser artista?
M. M.- ¿Cuándo? 
T.- Eso te pregunto... ¿dieciséis, diecisiete años?
M. M.- Mamá... quiero ser artista (canturrea)... ¡Yo fui artista desde chica! Mira, a mí me subía mi padre en un bar, en un restaurante grande que se cogía toda una esquina, se llamaba “El Rayo” y me ponía sobre una mesa, mira si era chica. Y yo cantaba tangos, fados, lo que me echaran. 
T.- Desde pequeña... ¿cinco o seis años?
M. M.- Oh... de nueve meses rezaba el padre nuestro... 
T.- Ja, ja, ja... ¡Eso ya es un chiste!
M. M.- No... ¿Un chiste? 
T.- ¿A los nueve meses?
M. M.- Nueve meses.
T.- Entonces es que eras superdotada...
M. M.- Eso digo yo... Yo era una niña prodigio. Pero allí, vamos a suponer que tuviera dos años, dos años y medio tendría yo cuando me subían en la mesa del bar. La gente se “arremoliniaba”, yo soy muy canaria para hablar, y, además, ¡me encanta! No puedo tener acentos ni nada de eso porque hablo en el teatro y hago teatro. Bueno, y me subía allí mi padre. Mi padre. Y tocaba un señor... a ver... eran un laúd, un requinto y una guitarra. Y yo cantaba todas las canciones de moda.
T.- ¿Pero a qué edad debutas en un escenario?
M. M.- Ya cuando yo era una pollita, catorce, quince años... 
T.- ¿Y cómo empiezas?, ¿con teatro?
M. M.- No, no... cantando. El teatro fue después. Yo cantaba, bailaba, recitaba, era todo en uno, y era aprovechable. Mi madre me lo decía y yo lo largaba. Me decían: “Pero, mi niña, si tú tienes como nueve números...” Digo: “Sí, mi madre dice que soy aprovechable”... 
T.- Eso sería muy importante para ti, el apoyo de tu madre en aquella época... 
M. M.- A mi madre, lo que pensaran los demás le resbalaba, total y absolutamente, y, si le resbalaba a mi madre, ¿me iba a importar algo a mí? Yo decía: “Súbete tú y bajas desde lo alto, desde arriba hasta el suelo del escenario, sentada en una media luna y agarrada, sólo con la espalda, de una especie de cable, expuesta a morir aplastada como una cuca...” (nos reímos); y cantaba “Again...” (canta en inglés) hasta que llegaba abajo. Bueno, eso fue un éxito... mira que, al llegar la primavera, fueron todas, las que yo hice, verdaderos prodigios. Estoy hablando de puesta en escena, ¿me entiendes?
T.- ¿Y eso era ya en el Teatro Millares?
M. M.- Sí, nosotros, de Las Palmas, es decir, del Cuyás, del Galdós, veníamos al Teatro de los Hermanos Millares. Pero mamá, eso de los cines... no. Eso era variété. Mamá decía “no” y se acabó. Mi madre dijo: “No, ella no se hace profesional, ella no tiene edad de profesionalismo, ella es amateur”. Ahora, pero yo cobraba. Yo era amateur, pero en mi casa hacía falta y si yo hacía tres cosas distintas, me pagaban por tres.
T.- Mery, antes me hablaste de una actuación tuya en Las Canteras, hace unos años, sobre un tabladillo flotante que estaba instalado en medio del mar a la altura de la antigua Casa de Galicia. Dime, en primer lugar, quiero saber cómo llegaste hasta ese tabladillo, ¿nadando o en barca?
M. M.- ¿Eh? ¿Nadando, mi niña...? En una motora, en una falúa. Recitábamos Donina Romero y servidora. Era recitado, yo no canté. Allí estaba el conjunto de María Mérida, ella no estaba, estaba en América. En el conjunto había un chico que cantaba divino y empezó a cantar cosas canarias, después, salí yo. La arena era llena de público.
T.- ¿Eso fue en verano? ¿Para San Juan?
M. M.- No para San Juan, no exactamente, era entre junio, julio, agosto... 
T.- ¿De día o de noche?
M. M.- De noche.
T.- ¡Qué bonito!
M. M.- Había de periodistas que tú no tienes una idea... Y a mí se me ocurre... se me ocurre un verso mío y decirlo. El verso se llama “Desafío” y es muy fuerte. Claro, tú no ves un verso mío donde haya ni un encaje ni una flor, eso ni pensarlo. A mí me inspiran las personas, la vida. Yo no puedo escribirte un verso con el encaje y la flor, eso se lo recito a los niños, recito a Bécquer, recito cosas de Rubén Darío, apropiado para que el niño lo oiga, pero... “Desafío” no.
T.- Recita un poco...
M. M.- “Señor, si el mañana no existe y el ayer es silencio... ¿a qué estas ganas de llegar?, ¿y dónde está la meta del sueño? (...) Abrimos los caminos a dentelladas, afilamos las garras del deseo, aplastamos las cabezas que debajo de nosotros tenemos, ¿y luego? Nos quedamos en el aire sin posible asidero. (...) Señor, tú has hecho muchos milagros, según dicen los libros viejos, termina con las muertes despiadadas, con la sed, con el hambre, con el fuego.” Bueno, ése es el final, pero hay más, le digo: “Pues mira, señor... no sé si quiero tu cielo o quiero cambiar hacia abajo, donde a lo mejor encuentro un hueco entre los poderosos, los altivos, lo que tú profetizas, el infierno. Porque estoy cansada de que sean al final los premios, como los niños buenos, que si se portan bien, les dan caramelos”. Y termino: “Porque te juro por ti, que ya es jurar, ¡que pierdes un inquilino para el cielo!” Imagínate tú en ese tiempo. Ahí no hay flores, ahí hay una pregunta que nos hacíamos interiormente todos: ¿Pero esto por qué? ¿Me entiendes?
T.- Eso suena fuerte hasta hoy.
M. M.- Esto mío, hasta en Buenos Aires se dijo.
T.- ¿Y cómo fue la ovación?
M. M.- Aquello fue pitando, dando chillidos desde la playa. Yo recité ése y, después, recité un poema corto que yo hago como “un refresco”. Siempre que digo un poema fuerte, como cuando fui a la cárcel a actuar, yo sé que si les digo “Desafío”, levanta masas, pero entonces digo: “Y ahora, como un refresquito”. Yo este verso se lo hice a un amigo mío que, gracias a Dios, lo curó más que el psiquiatra. Porque lo curó. Y fue verdad. 
T.- ¿Y te acuerdas de todo el texto? 
M. M.- Claro, se llama “Una semana sin ti”, lo que dura una semana.
T.- Vamos.
M. M.- 
El lunes ¡dije que no!
El martes ¡cerré mi puerta!
El miércoles cogí la llave ¡y la boté a la cisterna!
El jueves... bebí mis lágrimas empapadas en la tierra...
El viernes... te llamé a gritos arañando mis caderas...
El sábado... me preparo para recibir... tu ausencia.
Y... el domingo... ¡el domingo se acabó! 
¡El domingo es día de fiesta!

T.- Perfecto, Mery, gracias por darnos la oportunidad de conocerte un poco más. Eres excepcional. Hasta siempre.


(Las Palmas de Gran Canaria, Mi Playa de las Canteras, 2005)

miércoles, 2 de septiembre de 2015

La gran serpiente

Cuento africano


Traducido por Teresa Iturriaga Osa

 

 
 

 
 

     Cuando el jefe Mikizi murió, hubo una gran discusión sobre quién sería el próximo jefe. Mikizi tenía un hijo, pero la madre de aquel muchacho no quería que su hijo fuera jefe.

 

     “Nunca habrá paz si él es el jefe”, dijo la madre. “La gente irá todos los días a pedirle cosas, pero a mi hijo le gusta mucho dormir. Por eso, si se convierte en jefe, nunca será capaz de ocupar su asiento y se pasará todo el día durmiendo”.

 

     Los ancianos del lugar sabían que no tenía ningún sentido intentar convertir a aquel chico en jefe, de manera que llamaron a todos los sabios hechiceros de la comarca para que acudieran a una reunión y les ayudaran a buscar un nuevo jefe. Entonces, el líder de los sabios hechiceros dijo que sólo habría un modo de encontrarlo con la fórmula que ellos emplearían.

 

     “Hay una colina cerca de aquí”, anunció. “En las rocas que rodean esa colina hay una enorme serpiente. Quienquiera que consiga capturar a la serpiente y traerla hasta aquí deberá ser el jefe”.

 

     A los ancianos les pareció muy bien aquella forma de escoger al nuevo jefe, aunque dudaban de que hubiera alguien tan valiente que se atreviese a capturar a la gran serpiente. Así, cuando se les presentó un muchacho bajito y dijo que él quería intentarlo, todos se echaron a reír.

 

     “No seas tan estúpido”, le dijeron. “Los muchachos de poca estatura jamás pueden capturar serpientes de gran tamaño”.

 

     “A mí me gustaría intentarlo”, insistió el chico.

 

     Los ancianos le dijeron que no, que ni siquiera podía intentarlo, pero aquel muchachito siguió insistiendo una y otra vez hasta conseguir su permiso. Al final, les dio tanto la lata que le dieron su consentimiento para que lo intentara.

 

     “La serpiente te matará”, le advirtieron. “Cuando vayas a por su garganta, deberías recordar nuestras palabras”. 

 

     El chico bajito salió hacia la colina donde vivía la gran serpiente. Cuando dejaba atrás el pueblo, oyó a unas personas que lloraban y se percató de que eran sus amigos. Ellos pensaban que nunca regresaría, pero él no hizo caso de sus lamentos, pues sabía que sería capaz de capturar a la serpiente y que la llevaría hasta el pueblo.

 

     Cuando alcanzó las primeras rocas desparramadas al pie de la colina, se detuvo y escuchó los sonidos que llevaba el viento. Escuchó el susurro de la hierba seca y el movimiento de las hojas de los árboles. Escuchó el tenue goteo del agua y el sonido de un águila que cazaba en lo alto, sobrevolando el suelo. Y, entonces, escuchó algo más: el sonido de una serpiente sibilante.

 

     El muchacho caminó hasta que se encontró al pie de la colina. En ese momento, el sonido que había escuchado era cada vez más grande y... enseguida, vio aparecer la cabeza de una gran serpiente por una grieta que había entre las rocas. Parecía enfadada porque el muchachito había ido a molestarla. Entonces, en un abrir y cerrar de ojos, salió disparada, deslizándose hacia los pies del chico.

 

     Al ver que la serpiente iba hacia él, el chico dio media vuelta y echó a correr, alejándose de la colina. Él corría lo más rápido posible, pero la serpiente no hacía más que reírse de sus piernillas, a la vez que se deslizaba acercándose más y más al chico que volaba.

 

     Al mirar por encima de su hombro, el chico vio dónde estaba la serpiente y oyó sus carcajadas. Siguió corriendo, mientras cogía una calabaza que llevaba colgada en su hombro y sacaba cosas de su interior, dejándolas caer. Primero, soltó una lagartija, luego, unas ranas. Y, al final, dejó caer unos pequeños insectos.

 

     La serpiente llegó hasta la lagartija y se detuvo. Por un instante, dudó si seguir dando caza al muchacho, pero entonces abrió su enorme boca y se tragó a la lagartija. Después, volvió a por él, pero antes se detuvo al toparse con las ranas que saltaban por el suelo.

 

     La serpiente se zampó a las ranas, aunque tardó un rato en atraparlas a todas. Entonces, con el vientre pesado por la comilona, volvió a deslizarse tras el chico, pero se paró también al llegar a los insectos.

 

     Para cuando la serpiente se hubo comido todo lo que el chico había soltado de su calabaza, ya se encontraban justo fuera de la valla del pueblo. Entonces, el muchacho llamó a los ancianos para decirles que había vuelto. Ellos caminaron muy despacio hacia el espacio de la cerca.

 

     “Bien, has vuelto. ¿Dónde está la gran serpiente?”, exclamó uno de los ancianos.

 

     Al principio, el chico no dijo nada, pero, luego, con todas las miradas del pueblo puestas sobre él, se volvió y señaló hacia la puerta. Acto seguido, la gran serpiente, que estaba gorda y pesada por la tripada, fue deslizándose torpemente por el pueblo.

 

     La gente dejó escapar un gran suspiro al verla llegar y, a toda velocidad, los hombres más jóvenes la sujetaron con estacas al suelo. El muchacho bajito permaneció ante los ancianos y, entonces, les preguntó si ya podían nombrarlo jefe. Los ancianos estaban asombrados de que un chico de tan poca estatura pudiera haber sido tan valiente, pero recordaron su promesa y todos estuvieron de acuerdo en nombrarlo jefe.

 

     Con el tiempo, ya siendo jefe, aquel muchachito creció y se hizo más alto.

 

 

[Alexander McCall Smith, “Great Snake”, del libro de cuentos africanos The Girl Who Married A Lion, Canongate Books, Ltd, Edinburgh, 2004, pp. 121-124.]